18 abril 2012

Bertrand Russell: La Pesadilla del Existencialista




Porfirio Eglantine, el gran filósofo-poeta, es ampliamente conocido por sus muchos, sutiles y profundos trabajos, pero sobre todo por su inmortal Chant du Néant:


Dans un immense désert
un étendu infini de sable,
je cherche,
je cherche le chemin perdu,
le chemin queje ne trouve pas.
Mon âme plane par ci, par là,
dans toutes directions,
cherchant, et ne recontre rien, parmi
ce vide immense
ce vide sans cesse,
ce sable,
ce sable éblouissant et étouffant,
ce sable monotone et morne,
s'étendant sans fins jusqu’à l'ultime horizon.
J'entends enfin
une voix,
une voix en même temps foudroyante et douce.
Cette voix me dit
«Tu penses que tu es une âme perdue.
Tu penses que tu es un âme.
Tu te trompes. Tu n'es pas une âme.
Tu n'es pas perdu,
tu n 'es rien.
Tu n'existes pas».

Aunque este poema es bien conocido, pocos son los que conocen las circunstancias que lo hicieron posible, ni los hechos que de él derivaron. Por penoso que sea, mi deber consiste en volver a narrar estas circunstancias y estos hechos:

Porfirio era sensitivo y sufridor desde su temprana juventud. Estaba obsesionado por el temor de que quizá no existiese. Cada vez que se miraba a un espejo se sentía lleno de la aprensión de ver desaparecer su imagen. Inventó una filosofía que —así lo esperaba— disiparía este terror.

Pero de cuando en cuando, esta filosofía se hallaba lejos de satisfacerle. En general, era capaz de enterrar sus dudas, pero el Chant du Néant, que expresa una súbita y desgarradora visión, muestra claramente su fracaso. Tomó la resolución de existir a toda costa, de manera tan indudable, que la espectral voz quedase reducida al silencio.

La introspección y la observación combinadas le persuadieron de que no hay nada más real que el dolor, y que únicamente por medio del sufrimiento podría realizar su propia existencia. Buscó el sufrimiento a través de todo el mundo en una peregrinación aflictiva. Pasó un solitario invierno en el Ártico, mientras la noche interminable le inspiraba visiones de un futuro sombrío.En la Alemania nazi se expuso a las torturas, haciéndose pasar por judío. Precisamente en el momento en que aquéllas empezaban a hacerse insoportables —hop, hop, hop— penetró en el campo de concentración el cuervo de Poe, y hablando con voz de Mallarmé, graznó el temible refrán: «Tu no sufres. No eres nadie. No existes.»

Después fue a la Rusia soviética, donde pretendió hacerse pasar por un espía de Wall Street, y pasó un largo invierno junto al mar Blanco, cortando árboles. El hambre, la fatiga y el frío penetraban cada día de manera más profunda en su ser más recóndito. «Seguro —se decía— que si esto sigue así, existiré.» Pero no. En el último día de invierno, mientras la nieve empezaba a fundirse, apareció una vez más el espantoso pájaro, y profirió de nuevo las desmoralizadoras palabras.
«Acaso los sufrimientos que he estado buscando son demasiado elementales —pensó—. Si he de sentirme verdaderamente miserable, tengo que mezclar a mis aflicciones un elemento de vergüenza.»

En persecución de este programa se trasladó a China, y se enamoró apasionadamente de una exquisita muchacha china, que se hallaba situada en elevados organismos del partido comunista. Falsificando documentos consiguió que la muchacha fuera condenada como un agente del gobierno británico. En su presencia, la muchacha fue horrorosamente torturada.

Cuando, finalmente, a la agonía sucedió la muerte, pensó: «Ahora he sufrido en realidad, pues la he amado apasionadamente hasta el último momento, y, sin embargo, he labrado su ruina con mi cobarde traición. Esto deberá bastar para hacerme sufrir hasta los límites de la capacidad humana.» Pero no. Con frío terror, que le incapacitó hasta para el más leve movimiento, asistió a la aparición del pájaro del Destino, el cual habló una vez más con la voz del poeta inmortal, que había dado a conocer el pájaro al público literario parisiense.

Con un inmenso esfuerzo logró manifestar su desesperación, mientras el pájaro aún estaba allí.

—¡Oh Cuervo! —dijo—. ¿Hay algo en este ancho mundo, algo que pueda inducirte a admitir que existo?

El cuervo profirió esta palabra:

—Busca —y desapareció.

No debe suponerse que las energías de Porfirio se habían agotado en su infructuosa pesquisa.

Continuaba siendo en todas partes el filósofo-poeta universalmente admirado, pero, sobre todo, en los círculos más esotéricos. A su regreso de China fue invitado a participar en París en un congreso de filosofía, cuyo principal móvil era el homenajearle. Todos los asistentes estaban ya reunidos, excepto el presidente. Mientras Porfirio consideraba cuándo vendría el presidente, llegó el cuervo y ocupó la presidencia. Volviéndose hacia Porfirio, modificó la fórmula, y en vibrantes tonos, que todo el congreso oyó, dijo:

— Ta philosophie n'existe pas. Elle n'est rien.

A estas palabras, una enorme angustia, incomparable a ninguna previa experiencia, irrumpió en todo su ser, y se desmayó. Cuando recobró el conocimiento oyó que el pájaro pronunciaba las palabras por las que tanto había suspirado.

—Enfin, tu souffres. Enfin, tu existes.

Se despertó y, ¡ay!, había sido un sueño.
Pero nunca más volvió a hablar o escribir sobre filosofía.


Source: comarcadelosespiritus.blogspot.mx/2009/02/la-pesadilla-del-existencialista.html

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